
PATERNIDAD
En los años 80 las ciencias sociales iniciaron la investigación sobre los varones de manera sistemática y acumulativa. Paulatinamente se comenzó a “deconstruir” la masculinidad, a “desnaturalizarla”.
Existe un amplio acuerdo en que la masculinidad no se puede definir fuera del contexto socioeconómico, cultural e histórico en que están insertos los varones y que es una construcción cultural que se reproduce socialmente.
En los años 90 surgió la expresión “hombre nuevo”, “nueva masculinidad”, “nuevo padre” o “padre responsable”. Pero los comportamientos de los propios varones en la vida cotidiana señalan la fragilidad y parcialidad de tales afirmaciones. Aún hoy, en muchos contextos, se caracterizan por estar más que ocuparse, participar más que compartir, ayudar más que responsabilizarse, realizar algunas tareas más que encargarse del trabajo material y emocional de la crianza.
A partir de diversas investigaciones sobre varones, masculinidades y paternidades llevadas a cabo en los últimos años, se puede observar una demanda creciente para que ellos se involucren en los trabajos domésticos y en la crianza y acompañamiento de sus hijos. Requerimientos que muchas veces tienen su origen, según los testimonios de los hombres entrevistados en la región, en sus propias parejas y en diversas voces sociales.
Los varones, según los mandatos de la masculinidad dominante, deben constituir una familia estructurada a partir de relaciones claras de autoridad y afecto con la pareja y los hijos, que les permita proveerla, protegerla y guiarla en un espacio definido, el hogar. El padre se espera así, que sea una persona importante, el jefe de familia.
En este sentido, aunque los tiempos han cambiado, muchas veces de forma consciente e inconsciente se acaba reproduciendo de alguna manera el orden y la organización familiar tradicional, que han heredado de anteriores generaciones, son los valores en los que han sido socializados. Sin embargo, este modelo de masculinidad, estructuración familiar y asignación de roles, le puede provocar incomodidad, molestias, tensiones y malestares a los varones.
La indagación acerca del significado de ser “buen padre” muestra que está asociado a la asunción de las responsabilidades que ello implica: brindar educación, sostén económico y apoyar a los hijos. La no asunción de las responsabilidades que implica la paternidad y las dificultades para acceder al mercado laboral, parecieran ser algunas de las razones por las que a veces los varones no asumen el compromiso de afrontar los embarazos de los que fueron parte.
La paternidad, al igual que la maternidad, no está determinada simplemente por la biología ni tiene el carácter de natural. Pasar de la figura de progenitor a la de padre implica un proceso en el que intervienen diversos factores. El lugar asignado al padre, sus funciones, el deseo y la responsabilidad de serlo, y las vivencias que acompañan su ejercicio varían como efecto de las modificaciones socioculturales. En una misma sociedad todo esto puede tener matices en función de la edad, la clase social, la religión, entre otras variables.
Un padre o alguien que circunstancialmente cumpla con dicho rol puede transmitir ternura, realizar cuidados y compartir enseñanzas. Ya no es únicamente la sangre o el linaje, el espermatozoide o el apellido, ni tampoco el amor a la madre, lo que da sentido a la paternidad, sino que ésta es una opción subjetiva y una relación vivida. Los aspectos vinculares toman la delantera. Padre es el que tiene la capacidad de estar presente, amar, cuidar y disfrutar. El rol paterno no sólo se maneja en términos de autoridad, distancia y educación/límites, sino que existe un aspecto afectivo-emocional, de disfrute mutuo, que afortunadamente cada vez más varones se animan a explorar.
Sin embargo, el mercado formal de trabajo, en general, a nivel global, está organizado al modo «masculino», este es otro obstáculo que no siempre permite la flexibilización y la compatibilidad entre la vida laboral-familiar. En los varones dispuestos a un cambio en cuanto al ejercicio de la paternidad, esto produce una nueva ansiedad que las mujeres por su rol histórico conocen bien: cómo resolver el dilema trabajo-familia sin descuidar ninguno de los dos ámbitos.
En el mundo del fútbol los varones (especialmente los futbolistas profesionales) muchas veces reconocen que las condiciones laborales -rutinas, distancias, viajes, concentraciones, competencias, inflexibilidad estructural, entre otros- son una posible fuente de conflictos. Esta cotidianeidad genera tensiones en los sentimientos y prácticas de los futbolistas que son padres. Todavía existe una brecha entre los relatos de los varones cargados de deseo y las prácticas cotidianas posibles de parentalidad.
En oportunidades, los padres futbolistas, a causa de sus deberes laborales, se pierden hitos importantes en la biografía de sus hijos: nacimientos, cumpleaños, primer día de clases, entrega de boletines, fiestas escolares, consultas médicas, entre otros. Este escenario puede ser productor de culpa, vergüenza y disputa con sus parejas, de hecho, no son pocos los futbolistas profesionales que identifican como una de las pocas ventajas del retiro el poder compartir más tiempo con la familia, para «recuperar el tiempo perdido».
En esta dirección, trabajar y estar con los hijos puede ser una experiencia contradictoria. Está mediatizada por la capacidad de proveer, de llevar el sustento al hogar, de que «no falte nada», pero convive con el cansancio de la rutina laboral que no siempre deja tiempo o energía para compartir momentos de calidad que impliquen cercanía física entre padres e hijos.
Como padres futbolistas están en la búsqueda de una relación afectivamente más cercana con sus hijos -la que muchos dicen no haber experimentado con sus propios padres-. Los más jóvenes, parecen tener mayor predisposición a dar apoyo a su pareja, dicen “hacer de todo”, actitud que no afectaría su identidad. De hecho algunos sienten satisfacción por hacerlo. Pero esto está acotado por las capacidades efectivas de tiempo que dicen poseer. Para algunos, ayudarlas es un problema de conciencia. Pero hacerse cargo permanentemente de lo doméstico está fuera de su imaginación, especialmente en los varones más mayores, quienes expresan que la labor doméstica corresponde a las mujeres, ellos, ocasionalmente se podrán involucrar, pero no de forma permanente.
Cuando los varones son confrontados con lo doméstico distinguen, en general, dos planos: el de la reproducción generacional (crianza y acompañamiento de los hijos) y el de la autoreproducción de la familia (la alimentación, el vestuario, la salud, el aseo, los arreglos de la vivienda, los trámites fuera del hogar y el presupuesto familiar). En el primero, dicen involucrarse en alguna medida, cualquiera sea su condición social y edad; en cambio en el segundo, muchas veces se sienten extraños y consideran que es un ámbito ajeno, salvo en aquellas actividades que pueden reafirmar la masculinidad, como son los arreglos de la vivienda, los trámites fuera del hogar, traslado de hijos a distintas actividades y algunos aspectos del presupuesto familiar.
En general, la incorporación de los varones al trabajo reproductivo es interpretado como una colaboración con la pareja. Lo hacen principalmente “para que ella esté menos presionada con las tareas del hogar y pueda descansar” y, en algunos casos, “para que pueda realizarse”. Pero pocos están dispuestos a modificar drásticamente la distribución de las tareas domésticas. Cuando dicen participar en la crianza de los hijos y en las actividades domésticas; es necesario tener presente de qué están hablando y en qué tiempos lo hacen. Por lo cual, el concepto de corresponsabilidad y de distribución equitativa de tareas a la interna del hogar todavía es un pendiente en las experiencias diarias de muchas familias.
Asimismo, otro punto a destacar, radica cuando se producen las separaciones, se constituyen nuevas parejas y se materializan familias ensambladas. Estos acontecimientos pueden potenciar un deterioro en las relaciones en la vida privada si no se realizan arreglos que sean beneficiosos para todas las partes. Recordando que uno se separa de su pareja, pero no es deseable que también lo haga de sus hijos, porque este tipo de acciones implica vulnerar sus derechos.
En suma, para algunos varones el contacto con los hijos comienza en el vientre materno, hablándoles, cantándoles. Es una de las formas de compartir el embarazo, de acercarse, de ser protagonista del proceso. Luego, con el nacimiento, el contacto físico es directo, comienzan a cambiar pañales, preparar mamaderas, pasearlos y bañarlos. En los primeros años de vida los padres se suelen acercar a sus hijos y expresan su afecto fundamentalmente a través de los juegos. Más adelante, muchas veces, son quiénes los llevan a la escuela y a otras actividades extracurriculares. Posteriormente, en la adolescencia, en el marco de la confrontación generacional, se suele dar cierto distanciamiento esperable con los hijos, necesario a veces para ellos pero productor de angustia para los adultos.
Todo esto permite preguntarnos qué tipo de padre deseo ser y qué tipo de padre estoy pudiendo ser. Si la información compartida en esta placa te hizo movilizar emociones, repensar aspectos de tu vida familiar y/o de tu ejercicio de la paternidad, recordá que el Departamento de Salud Mental de la MUFP está disponible para vos, te esperamos!